11/2/10

El Sarmiento

Claro, para viajar a Capital todos los días, es inevitable para mí usar el tren línea Sarmiento todos los malditos días. Y es que los días se convierten en malditos desde el momento en que tenés que subirte al tren.
Pudiste haber encontrado un millón de dólares tirados en la calle, pero luego vas al tren y el día se vuelve a convertir en un maldito día.

Claro que si te encontrás un millón de dólares, viajás de otra manera... pero eso es para hablarlo aparte.

El tren, ya en estado deplorable, se descompone lentamente por la putrefacción de los cadáveres "códigos de convivencia", tales como "no manosearás mujeres sin el consentimiento de ellas", "dejarás el asiento a personas con movilidad reducida", "tendrás respeto por el otro". El respeto se pierde completamente. Todos se empujan y sólo existe el "yo". La cumbia o regaetton de los inadaptados sociales que tienen la necesidad de demostrarle a todo mundo qué hacen para pudrirse el cerebro resuena como parte del triste paisaje.
La señora paqueta con olor a perfume de naftalina se queja por el viaje, pero nadie la escucha. El pibe sentado a tu lado se duerme y apoya su cabeza en tu hombro y te preguntás "Si así huele cuando va a trabajar... ¿cómo olerá cuando vuelva del trabajo?"
Triste, triste paisaje.

1 comentario:

safito dijo...

Así y todo agradecé no viajar a Capital en tren un Domingo entre las 10 y las 18. En esa franja horaria viaja la especie "fobal erectus" en el furgón y de vez en cuando salen a merodear por los vagones totalmente empedo y es ahí cuando los simples mortales (nosotros) tenemos que esconder las pertenencias para evitar perderlas por los manotazos. Es tristísimo y un par de veces casi pierdo un reloj.