30/12/15

Mi nombre es María Laura Rodríguez y soy sobreviviente de la tragedia de Once.

Hay tantas cosas que quiero decir y gritar que se me acumulan en la garganta y no sale ninguna. Ayer fue un día raro y no puede hacer nada más que estar atenta a Twitter mientras trabajaba para saber cuál iba a ser la condena de (algunos de) los culpables de la tragedia de Once.
Siento que soy  una sobreviviente tibia. No morí ese día. Tampoco me lastimé. No perdí a nadie. Tampoco tengo la fuerza para pelear como lo hacen los familiares y amigos de las víctimas (a quienes admiro). Ni siquiera sé si cuento como sobreviviente. Pero una parte de mí pereció ese día.

Ayer mientras ordenaba boletas y planificaba estrategias de venta para los meses de verano, mi corazón latía muy fuerte dentro de mi pecho. No rápido, sólo fuerte. Golpes firmes, uno tras otro, recordándome que este día no iba a ser igual a otro, pase lo que pase.
Me vinieron recuerdos de aquel momento. De como perdí el tren anterior. De como casi me subo al primer vagón, pero me decidí por el cuarto. De ese libro que iba leyendo que no pude volver a tocar. De los gritos de horror de la gente. Las lágrimas, las manchas de sangre. Los cuerpos siendo arrastrados de los fierros retorcidos y colocados en fila en el piso de la estación. De la nebulosa que se formó en mi mente mientras veía el horror paralizada en el andén.
También me acuerdo de estar inmóvil temblando, sin entender por qué estaba pasando eso y ver el tren siguiente que llegó a la plataforma 5 con la cara de Néstor Kirchner impresa en uno de sus laterales, cual mesías chanta. Me acuerdo del asco que sentí mientras miraba sus ojos ausentes, rodeada de gente ensangrentada.
"¿Qué nos hiciste?" pensé.
Los paramédicos llegaron en seguida y me sacaron de mi paralización al gritarnos a los que estábamos parados que nos vayamos enseguida. Así que me fui en shock a trabajar.

La calle Florida se veía hermosa como todas las mañanas. Poca gente y mucha calma, como un pequeño oasis en el caos de la ciudad. Yo caminaba y miraba las caras de la gente que aún no sabían lo que había pasado. Que no tenían ni idea de que tanta gente que iba a trabajar como ellos quedó para siempre en ese andén de Once. Que tantas vidas, incluyendo la mía, cambiarían para siempre a partir de ese momento.
Dos días después fui a un psiquiatra en Capital, recomendado por mi médico. Fui con una amiga al lado y un clonazepam encima para poder subir al tren de nuevo. Cuando llegamos a Once, el tren de la tragedia aún seguía allí.
Me descompuse al verlo. Estaba ahí, tan silencioso como un cementerio. Sentí que la vida se me iba por los pies. Era como si mi alma se derritiera. No tuve un ataque de pánico porque estaba medicada y mi amiga me repetía que no mire el tren y me hacía chistes tontos para hacerme reír.
Mientras volvíamos a Moreno le comenté que sólo quedaba que apareciera Lucas Menghini Rey para que se termine esa primera etapa de la tragedia.
Llegué a casa, prendí la tele y ví la noticia. Lucas había aparecido. Lo encontraron muerto en el cuarto vagón.
Mi vagón.
Pasé por su lado cuando chocó el tren.
El tren que ví ese mismo día.
Se fueron todos y lo dejaron ahí, solo. De noche, solo.
En ese momento tuve mi primer ataque de pánico. No podía respirar, sentía puntadas en el pecho y lloré como nunca lloré en mi vida. Hasta el día de hoy recuerdo ese momento y siento como si no tuviera más felicidad dentro de mí.


Soy una sobreviviente tibia. Pero ser testigo de una tragedia es una carga que se queda con vos por siempre. En mi caso, la tragedia me dio un empujón para renacer. Tras dos años de terapia pude abrirme y mirar toda la mierda que tenía adentro mio. Porque si podés morirte un día cualquiera yendo a trabajar a un lugar cualquiera, ¿entonces qué sentido tiene vivir la vida por la mitad? Pude hablar del abuso sexual que sufrí en mi infancia y trabajar en las secuelas que aquello dejó en mi vida. Fui despedida de mi trabajo pero pude arrancar un emprendimiento con la amiga que me acompañó en el tren aquel día. Me casé con mi novio. Empecé a rescatar gatos de la calle para conseguirles hogar. Viajé afuera del país. Hice amigos nuevos. Empecé a tomar clases de canto. Empecé a vivir.

Osvaldo Miguel Escobar, otro sobreviviente de la tragedia, se suicidó el año pasado. Y si bien mi vida ya estaba encaminada, yo lo entendí tanto. Porque hubo una época en la que todos me decían que yo tenia todo lo que necesitaba para ser felíz, pero se preguntaban por qué no lo era. Y es que uno sigue la vida con eso de fondo. Aunque no lo tengamos presente todo el tiempo, la tragedia está ahí. Cada vez que viajo en colectivo y pienso dónde se me clavarían los caños si chocara, cada vez que elijo hacer 3 combinaciones de colectivos antes que viajar en tren, y cada vez que viajo en tren y elijo sentarme en los vagones del medio, la tragedia está presente.

También está presente cuando me llaman gorila por no apoyar a alguien que me dijo que ahora los trenes vienen con frenos, o que al inaugurar un tren nuevo (nuevo, reciclado, repintado, da igual) comentó que mejor se apuraba antes de que llegue la otra formación y los lleve puestos, mientras la gilada aplaudía como focas su ocurrencia.
¿Qué nos hiciste?

Ayer se hizo justicia. Con sabor a poco, pero justicia. Al leer las condenas me alegré porque en el fondo pensaba que iban a quedar todos impunes. Me puse contenta mientras me decían "¡pero es muy poco!" y yo repetía "bueno, ¡pero es algo!".
Sólo espero que llegue un momento en que no tengamos que pensar así. Nos acostumbramos a la impunidad y al dolor. A viajar en condiciones humillantes. A que la barrera no ande. A ser insultados por pensar distinto. A no saber si vamos a volver al salir de casa, a haber tenido la experiencia de ser apuntado con un arma, a encontrar chicas en bolsas de basura.
En estos momentos en los que se habla tanto del cambio, sólo espero que la justicia por las víctimas de la tragedia de Once sea completa. Porque lo merecen. Porque lo merecemos.
El 22 de febrero de 2012 comenzó, pero la tragedia de Once debe seguir con nosotros. Está presente en los corazones de los sobrevivientes, incluidos nosotros los tibios. En los familiares y amigos de las víctimas. Y en el pueblo.
La corrupción mata. Te pido, lector, que no te olvides de nada de esto. Necesitamos que el recuerdo permanezca por siempre en la memoria de todos los argentinos para que no vuelva a suceder. No te olvides lo que pasó en Once.