30/12/15

Mi nombre es María Laura Rodríguez y soy sobreviviente de la tragedia de Once.

Hay tantas cosas que quiero decir y gritar que se me acumulan en la garganta y no sale ninguna. Ayer fue un día raro y no puede hacer nada más que estar atenta a Twitter mientras trabajaba para saber cuál iba a ser la condena de (algunos de) los culpables de la tragedia de Once.
Siento que soy  una sobreviviente tibia. No morí ese día. Tampoco me lastimé. No perdí a nadie. Tampoco tengo la fuerza para pelear como lo hacen los familiares y amigos de las víctimas (a quienes admiro). Ni siquiera sé si cuento como sobreviviente. Pero una parte de mí pereció ese día.

Ayer mientras ordenaba boletas y planificaba estrategias de venta para los meses de verano, mi corazón latía muy fuerte dentro de mi pecho. No rápido, sólo fuerte. Golpes firmes, uno tras otro, recordándome que este día no iba a ser igual a otro, pase lo que pase.
Me vinieron recuerdos de aquel momento. De como perdí el tren anterior. De como casi me subo al primer vagón, pero me decidí por el cuarto. De ese libro que iba leyendo que no pude volver a tocar. De los gritos de horror de la gente. Las lágrimas, las manchas de sangre. Los cuerpos siendo arrastrados de los fierros retorcidos y colocados en fila en el piso de la estación. De la nebulosa que se formó en mi mente mientras veía el horror paralizada en el andén.
También me acuerdo de estar inmóvil temblando, sin entender por qué estaba pasando eso y ver el tren siguiente que llegó a la plataforma 5 con la cara de Néstor Kirchner impresa en uno de sus laterales, cual mesías chanta. Me acuerdo del asco que sentí mientras miraba sus ojos ausentes, rodeada de gente ensangrentada.
"¿Qué nos hiciste?" pensé.
Los paramédicos llegaron en seguida y me sacaron de mi paralización al gritarnos a los que estábamos parados que nos vayamos enseguida. Así que me fui en shock a trabajar.

La calle Florida se veía hermosa como todas las mañanas. Poca gente y mucha calma, como un pequeño oasis en el caos de la ciudad. Yo caminaba y miraba las caras de la gente que aún no sabían lo que había pasado. Que no tenían ni idea de que tanta gente que iba a trabajar como ellos quedó para siempre en ese andén de Once. Que tantas vidas, incluyendo la mía, cambiarían para siempre a partir de ese momento.
Dos días después fui a un psiquiatra en Capital, recomendado por mi médico. Fui con una amiga al lado y un clonazepam encima para poder subir al tren de nuevo. Cuando llegamos a Once, el tren de la tragedia aún seguía allí.
Me descompuse al verlo. Estaba ahí, tan silencioso como un cementerio. Sentí que la vida se me iba por los pies. Era como si mi alma se derritiera. No tuve un ataque de pánico porque estaba medicada y mi amiga me repetía que no mire el tren y me hacía chistes tontos para hacerme reír.
Mientras volvíamos a Moreno le comenté que sólo quedaba que apareciera Lucas Menghini Rey para que se termine esa primera etapa de la tragedia.
Llegué a casa, prendí la tele y ví la noticia. Lucas había aparecido. Lo encontraron muerto en el cuarto vagón.
Mi vagón.
Pasé por su lado cuando chocó el tren.
El tren que ví ese mismo día.
Se fueron todos y lo dejaron ahí, solo. De noche, solo.
En ese momento tuve mi primer ataque de pánico. No podía respirar, sentía puntadas en el pecho y lloré como nunca lloré en mi vida. Hasta el día de hoy recuerdo ese momento y siento como si no tuviera más felicidad dentro de mí.


Soy una sobreviviente tibia. Pero ser testigo de una tragedia es una carga que se queda con vos por siempre. En mi caso, la tragedia me dio un empujón para renacer. Tras dos años de terapia pude abrirme y mirar toda la mierda que tenía adentro mio. Porque si podés morirte un día cualquiera yendo a trabajar a un lugar cualquiera, ¿entonces qué sentido tiene vivir la vida por la mitad? Pude hablar del abuso sexual que sufrí en mi infancia y trabajar en las secuelas que aquello dejó en mi vida. Fui despedida de mi trabajo pero pude arrancar un emprendimiento con la amiga que me acompañó en el tren aquel día. Me casé con mi novio. Empecé a rescatar gatos de la calle para conseguirles hogar. Viajé afuera del país. Hice amigos nuevos. Empecé a tomar clases de canto. Empecé a vivir.

Osvaldo Miguel Escobar, otro sobreviviente de la tragedia, se suicidó el año pasado. Y si bien mi vida ya estaba encaminada, yo lo entendí tanto. Porque hubo una época en la que todos me decían que yo tenia todo lo que necesitaba para ser felíz, pero se preguntaban por qué no lo era. Y es que uno sigue la vida con eso de fondo. Aunque no lo tengamos presente todo el tiempo, la tragedia está ahí. Cada vez que viajo en colectivo y pienso dónde se me clavarían los caños si chocara, cada vez que elijo hacer 3 combinaciones de colectivos antes que viajar en tren, y cada vez que viajo en tren y elijo sentarme en los vagones del medio, la tragedia está presente.

También está presente cuando me llaman gorila por no apoyar a alguien que me dijo que ahora los trenes vienen con frenos, o que al inaugurar un tren nuevo (nuevo, reciclado, repintado, da igual) comentó que mejor se apuraba antes de que llegue la otra formación y los lleve puestos, mientras la gilada aplaudía como focas su ocurrencia.
¿Qué nos hiciste?

Ayer se hizo justicia. Con sabor a poco, pero justicia. Al leer las condenas me alegré porque en el fondo pensaba que iban a quedar todos impunes. Me puse contenta mientras me decían "¡pero es muy poco!" y yo repetía "bueno, ¡pero es algo!".
Sólo espero que llegue un momento en que no tengamos que pensar así. Nos acostumbramos a la impunidad y al dolor. A viajar en condiciones humillantes. A que la barrera no ande. A ser insultados por pensar distinto. A no saber si vamos a volver al salir de casa, a haber tenido la experiencia de ser apuntado con un arma, a encontrar chicas en bolsas de basura.
En estos momentos en los que se habla tanto del cambio, sólo espero que la justicia por las víctimas de la tragedia de Once sea completa. Porque lo merecen. Porque lo merecemos.
El 22 de febrero de 2012 comenzó, pero la tragedia de Once debe seguir con nosotros. Está presente en los corazones de los sobrevivientes, incluidos nosotros los tibios. En los familiares y amigos de las víctimas. Y en el pueblo.
La corrupción mata. Te pido, lector, que no te olvides de nada de esto. Necesitamos que el recuerdo permanezca por siempre en la memoria de todos los argentinos para que no vuelva a suceder. No te olvides lo que pasó en Once.


30/7/12

Fin

El 22 de Febrero pasó algo horrible que cambió la vida de muchas personas.

Y, claro, también la mía. Y por ende, el blog también cambió.

Fui notando como los comentarios y visitas decaían día a día desde el accidente. Noté que ya nadie me visitaba y que no importaba cuánto esfuerzo yo pusiera en escribir, simplemente mi público ya no estaba allí.

Pero ahora entiendo el porqué.

Este blog siempre tuvo la intención de hacer reir. Nunca quise lograr otra cosa con él, más que divertirlos a ustedes y lograr que se sientan identificados con mis historias.
Pero luego de algo tan horrible, un blog como este ya no puede ser gracioso. Fue una desgracia terrible, y no hay vuelta atrás de eso. Nada va a volver a ser como lo era antes del accidente.

¿Qué gracia tiene contar que una vieja me empujó en el tren? Un tren que hace unos meses casi me mata por pura irresponsabilidad y negligencia. Cero gracia. Murieron 51 personas y se viaja igual (o peor) que antes.
No tiene lado chistoso, sin importar cuánto lo mires.

Así que decidí despedirme y cerrar el blog. A veces las historias tienen un final triste, y lamentablemente, el final de este blog lo es.
La Pueblerina murió ese día. En lugar de ella, ahora hay una Decepcionada con todos los que dejaron que eso pasara, con los que declararon cosas horribles luego del accidente, con los que no declararon nada hasta varios días después, cuando tendrían que haber sido los primeros en darnos consuelo.

La Decepcionada no puede escribir, porque llora cuando piensa en todo lo que pasa en este país.

Nunca voy a dejar de estarles agradecida a ustedes, mis queridísimos lectores. Siempre estuvieron conmigo. En cada viaje, en cada pelea y en cada pequeña aspiración de smog capitaliense, estaban ustedes mirándome y esperando que transformara cada pequeña desgracia que vivía en la Ciudad en una historia.
No sé como agradecerles por estar ahí.

Por ahora no tengo planes de seguir escribiendo. Pero si lo hago, se enterarán por una actualización de esta entrada, por Facebook o por mi Twitter.


Gracias, y adiós.

26/6/12

Reserva

Hace días, me sentía un poco abrumada por la Ciudad. Y considerando que en Moreno está lleno de cumbieros que se preocupan demasiado por poner su boca como un pico de pato para hablar y que no se les entienda nada, tampoco me sentía a gusto en mi Ciudad natal.

Pasaba mis días y mi tiempo libre encerrada en casa sin querer hacer nada de nada.

Hasta que la semana pasada decidí ir a dar una vuelta a la Reserva Natural de Buenos Aires. Pensé que quizás ese lugar sería un pequeño paraíso dentro de la Ciudad.

Y no me equivoqué.
Comencé a caminar por los pequeños caminos de tierra rodeados de árboles



Caminé un par de kilómetros más, cuando descubrí algo maravilloso:


La vista al Río de la Plata es MARAVILLOSA. Me senté en uno de los banquitos a respirar el aire puro y contemplar el paisaje. Habían cuises adorables que observaban atentos todos mis movimientos. Los saludé, pero eran cuises capitalienses y sólo me miraron con cara de orto.

Luego de media hora, decidí seguir mi rumbo, para explorar a fondo la maravillosa reserva.


Caminé... caminé... caminé... caminé...

Pájaros, cuises, bichos... caminé, caminé, caminé, caminé.

Sentía dolor en mi rodilla, pero estaba en el medio de la nada, y tenía que seguir a la salida.

Caminé, caminé, caminé, caminé. Me cansé, y me senté en otro banquito. Los mosquitos empezaron a picarme. Me levanté y caminé, caminé, caminé.

Dejé de sentir las piernas. Era pleno invierno y yo era puro sudor.

Caminé, caminé, caminé. Todo se veía igual que hacía 3 kilómetros.

Hay sólo dos salidas, y tenía que caminar hacia una de ellas.

Caminé, caminé, caminé, caminé...

Por fin, cuando sentía que me iba a morir ahí nomás, veo un cartel que decía "SALIDA/EXIT"... y abajo chiquitito decía "8km".

Así que caminé esos ocho kilómetros, cuando por fin, diviso la Ciudad:




La maravillosa Ciudad, con su smog, su caca de perro en las veredas y sus bocinazos. La hermosa y dulce Ciudad donde tres o cuatro personas pueden cortar una avenida principal porque reclaman que le den el alta a su tía del hospital.

Caminé hacia Plaza de Mayo. Me dí cuenta de que estaba en casa porque había manifestantes tirando bombas de estruendo y porque estaba en una zona con Wifi.

No me dejes, Ciudad... no me dejes.

13/6/12

El Síndrome Del Pollo

Hay personas que conviven con nosotros, caminan por nuestras calles, putean a nuestros taxistas y escupen nuestras veredas con una terrible enfermedad a cuestas: el Síndrome Del Pollo.
Lo malo es que, como parecen personas normales, no nos damos cuenta de su desagradable enfermedad hasta que es demasiado tarde, y caemos inevitablemente en sus garras.

Normalmente estamos sentados en un colectivo o en la estación del subte, cuando el enfermo se acerca y se sienta al lado nuestro.
Su terrorífica enfermedad entonces toma el papel principal: la persona con Síndrome De Pollo comienza a aletear con sus brazos, y nos clava sus codos en las costillas.

"Los codos en las personas con Síndrome De Pollo sienten una irrefrenable necesidad de extenderse lo más posible, y no respetan su jurisdicción en los espacios públicos."
                                                                                  Dr. Kikiri Boo, especialista en Síndrome del Pollo

Todo mundo sabe que la Regla Universal del transporte público dice que la jurisdicción de tu cuerpo y todo lo que lleves sobre él, abarca solamente el espacio designado de tu asiento. Por eso los asientos dobles del colectivo están divididos en dos. Vos no te podés pasar de tu espacio designado.
En cambio, las personas con Síndrome de Pollo van a meter sus codos en tu espacio y van a clavártelos por todos lados. Así como una persona sorda no es capaz de escuchar, una persona con Síndrome De Pollo no puede mover sus manos de arriba hacia abajo manteniendo sus codos pegados al cuerpo.

Si te tocó sentarte al lado de un Hombre Pollo, preparate; siempre tienen que sacar una revista del maletín. Están 10 minutos buscando la maldita revistita, con sus codos al cielo, implorando fuerzas para luchar contra esta terrible enfermedad.
Pero los codos no pegan en el cielo. Pegan en tu cara, en tus costillas, en tus brazos. Y el Hombre Pollo ni se entra de que te está cagando a piñas. Aunque lo supiera, no podría hacer nada para evitarlo.

Yo lo que hago es hacerme la dormida. Y apenas me toca, le pego un codazo en su codo, poniendo como excusa que fue un reflejo de dormida.
Pegarles no logra que ellos dejen de pincharme con sus inmensos codos, pero aunque sea me desquito.

Cuando la enfermedad es muy grave, se esparce a las piernas.

Ahí sí que no hay solución ni desquite. Pero aunque sea podemos anticiparlo.

Quienes tienen el Síndrome Del Pollo en las piernas en general son hombres.  Los podemos ver caminando como si recién se hubiesen bajado de un caballo.
Cuando se sientan en el colectivo, adoptan la posición de persona en máquina para abductores. Sus rodillas parecen odiarse, y hacen lo posible para estar lo mas lejos una de la otra. Su actitud no cambia aunque nos sentemos al lado y nos golpee las piernas con su postura.

Con el Síndrome del Hombre Pollo expandido a las piernas no hay nada que hacerle.
Lo mejor será alejarnos de ellos y nunca sentarnos a su lado. Darles sus propios colectivos, sus propias cafeterías y sus propios jardines de infantes. Hacer un país aparte para ellos y que se aguanten entre sí.


Quizás su enfermedad evolucione lo suficiente como para llegar a disfrutarlos...

...al horno con papas y batatas.

5/6/12

Subtebus

Mi relación con la Ciudad es de amor/odio.
Odio el bullicio, las veredas saturadas de gente y el color gris y triste. Pero amo los carteles luminosos, los edificios enormes y bellos, y todos los negocios que en Moreno no existen.

Si bien me hago la superada, yo sigo siendo una inocente pueblerina. Y aunque a veces me cueste admitirlo, la Ciudad me maravilla con sus cosas tecnológicas, sus colectivos dobles, las avenidas súper anchas y los carteles publicitarios que pasan videos.

Ayer tenía que ir a un lugar bastante lejano de mi trabajo para buscar una cosa que compré por internet. Cuando miro el mapa, me doy cuenta de que el Metrobus pasa cerca de ese lugar y me deja en Palermo, bien cerca de la parada del 57 que me deja de vuelta en Moreno.
Y queriéndome hacer la superada ante mí misma, me digo "bué, es lo más rápido dentro de todo... sí, ya fue, lo tomo". Pero adentro mío, la Pueblerina estaba re contenta porque iba a ver algo liiiindo y graaaande y lleno de luuuuces y re tecnolóóóógico.

Fui hasta el lugar en colectivo, pensando sólo en que a la vuelta iba a tomar el Metrobus. Pensaba en como hacer para que la gente no notara que era la primera vez que me subía. Me preguntaba cómo sería la estación, cómo serían los asientos... ¿habrá asientos en la parada?

Cuando por fin hago el trámite y me toca volver, yo siento que la emoción se apodera de mi pecho. ¡Voy a ver el Metrobus, y voy a usarlo, y va a ser lindo, y voy a ver por la ventana, y la gente por la calle me va a mirar, y yo voy a poner cara de "se... estoy en el Metrobus. Se... uso el Metrobus... ¿qué, vos no?".
Tuve que caminar 15 cuadras hasta la estación, y no sabía si iba a ver una estación, si necesitaba boleto para entrar a la parada o pagaba directamente arriba del Metrobus...

Y llegué, nomás, a la ansiada estación de Metrobus. Estaba en medio de la avenida y la gente estaba parada ahí con cara de orto. Así que disimulé mi emoción y puse cara de orto también.
Veo que la estación es más o menos larga, y que hay asientitos pero la gente no está sentada, sino que están haciendo cola casi al final de la estación.
Así que me hago la capitaliense y me pongo al final de la fila, ¡aunque en realidad me quería sentar!
Había unas pantallitas que te decían la hora, y decían "Metrobus". Y miro la hora y tiro un suspiro de fastidio (aunque en realidad estaba tratando de disipar mi emoción).

Y espero, felíz, que venga el Metrobus.
Yo me imaginaba esto:

Pero veo que se acerca un colectivo cualunque.

Algunas personas se suben, y otras no. Así que asumí que ese era un colectivo que también pasa por el recorrido del Metrobus, pero que no era el Metrobus. Entonces me hago la que me fastidié y me voy a sentar a uno de los asientos, para que la gente crea que es porque pienso que el Metrobus va a tardar más, pero en realidad es porque quiero ver como son los asientitos!!!
Y me senté y las piernas me colgaban, me colgaban!! Las piernas nunca me cuelgan a mí! Siempre que me siento me quedan las rodillas a la altura de las orejas, y ahora estaba colgando!!

Pasan 2 minutos y se acerca otro colectivo común de porquería que dice "34". Y la gente se subía.
El cartelito decía "Liniers-Palermo"... y ese es el recorrido que hace el Metrobus. O sea, esta porquería era el Metrobus:



 ¡Un colectivo! ¡Un colectivo normal que dice "34"! ¡No dice "Metrobus" ni es amarillo ni es doble ni es sofisticado y capitaliense!
Entonces puse cara de "ah, por fin vino", y me subí tratando de disimular mi tremenda decepción.

Me siento y miro por la ventana.
Bué... aunque sea pasa por las paradas bonitas y va por el centro de la avenida como si fuésemos reyes.

Miraba las paradas todo el tiempo para ver por dónde íbamos. 
Hasta que me dí cuenta que yo iba hasta Palermo, que es la última parada. Así que, ¿para qué prestar atención por dónde voy?

Así que me distraigo y me pongo a pensar en gatitos. En gatitos con sombreros. En gatitos con sombreros y en patineta. En gatitos sin sombreros ni patinetas, pero usando un saquito.
Miro por la ventana. Estoy en una callecitita angostita que no reconozco ni a palos.

¡Dobla! ¿Por qué dobla?
Estaba a punto de largarme a llorar cuando de pronto me encuentro en Avenida Santa Fe. Un lugar que reconozco.

Así que me bajé y literalmente salí corriendo. 
Corrí 6 cuadras hasta la parada del 57, donde pude subirme al colectivo enseguida, me senté y me abracé a la mochila.

A veces la Buenos Aires me asusta.

30/5/12

¡Jajajaja!

El humor es algo muy importante.
Si él, estaríamos sumergidos en la depresión y en la angustia. El humor nos ayuda a salir con fuerza de las situaciones más desagradables, y nos da la valentía de enfrentar cualquier problema.

Yo, sin ir más lejos, hago del humor mi filosofía de vida. Así me criaron. Crecí riendome y burlándome de todo, especialmente de mí y de mi mala suerte. Nunca voy a olvidar a toda mi familia reunida en el parque de casa, observando a nuestra casa incendiarse, mientras disparábamos chistes a diesta y siniestra con lágrimas en nuestros ojos.

Sin ir más lejos, este blog es eso. Es tomar todo lo que me indigna, me enoja y me hace daño, y trato de transformarlo en algo gracioso. Para que cambie ante mis ojos, y también hacer reir a otra persona, cosa que me llena de felicidad. Es decir, tomo una sensación horrenda y la transformo en una hermosa.

El que hace esto todo el tiempo es un personaje al que llamo Pequeño Comediante Predecible.

Este ser puede ser tanto hombre como mujer, viejo o joven. A simple vista parece una persona normal; come panchos con mostaza, se limpia las uñas con el borde de la tarjeta SUBE y arranca pedazos de pastito cuando se sienta en el piso de una plaza pública.
Pero el PCP espera su oportunidad para brillar. Pasa sus días pacientemente, agazapado esperando su momento ideal para lanzar su chistecito con toda la furia.
Uno de los momentos que más le gusta es estar dentro del subte y que éste se detenga. Espera, paciente y entusiasmado unos minutos. Al ver que el subte se descompuso o no arranca, el PCP empieza a sentir felicidad. Comienza a sudar por la emoción. Entonces el el momento más esperado (aunque él cree que es totalmente inesperado), el PCP anuncia a los gritos "¡¡EEEEH, SE LE PINCHÓ UNA GOMA AL TREN!!" con un gesto de pícaro, tratando de disimular su emoción. Y al escuchar un "je" o un "pff...", o ver un ligerísimo esbozo de sonrisa en la cara de un pasajero acompañado de un leve soplido que sale de su nariz, el PCP explota por su alegría casi orgásmica, por sentirse querido, aceptado y reconocido como el Comediante Oficial del Subte, y se llena de orgullo por haber logrado todo eso que su madre siempre le dijo que no iba a lograr.

Es el mismo que el 1ro de Enero espera ver a alguien que haya visto el día anterior para decirle "¡¡EEEEHHH, PERO NO TE VEO DESDE EL AÑO PASADO!!".

También lo vemos esperando el tren entre toda la multitud, emocionado porque llega el tren y así también su momento de destacarse entre todos los fracasados pasajeros. Puede demostrar que él es más inteligente, ágil, sagaz y glorioso ser de todo el andén.
Cuando la gente empieza a empujarse para entrar, el PCP grita "¡VAMOOO', DEPACITO, DEPACITO, CON CARIÑO, EHHH, VAMOO' QUE ACÁ NOS QUEREMOS TODOS, EEH!".

Yo creo que este personaje es muy exagerado y triste. No me causa gracia, me da pena. Pero debo admitir que trata de ponerle humor a una situación muy fea y desagradable, y eso es algo rescatable.
A lo largo de toda la historia hay personas que se ponen en ese papel. Porque es bastante importante.

En los campos de concentración siempre había un prisionero que hacía chistes. Tipo "CHEEE, PERO QUE GORDITO TE PUSISTE, EHH!!!", "PAN RAAAAANCIO!! COMO LO EXTRAÑABA AL PAN RANCIO, POR FIN PODEMOS COMER PAN RANCIO, EEEEH!!".
También hay un par entre los Indignados, que dice cosas como "PERO QUE FRESQUITO EL AIRE, EHH!!" cuando les tiran gas pimienta.

Yo soy un poco PCP. Mi chiste es esperar que por el altoparlate digan algo totalmente incomprensible. Y cuando alguien me pregunta "¿¡Qué dijo..!?", yo le digo "dijo que..." y tapo mi boca con una mano mientras digo "dlfdgsd osdfids oadnspidn saofhas".

Está bueno que este personaje esté dando vueltas por el mundo con diferentes disfraces. Porque de esta manera, nos podemos reir y quitarle importancia a asuntos desagradables.

¡El problema es que sus chistes apestan!

23/5/12

Mate

Cuando viajaba en tren y veía a alguien tomar mate, yo me cabreaba.
Podía imaginarme el momento en el que el mate-dependiente me derramara toda el agua caliente (no hirviendo) en la falda o en los pies.

No es que esté en contra del mate. Lo que me molesta es que le den tanta importancia al mate como un diabético a la insulina.
A ver si queda claro; si no tomás mate no te vas a morir. Lo vas a extrañar, vas a sentir que lo necesitás... pero no te vas a morir.
Ponele que tu viaje dura unas 4 horas o más. Entendería por qué te llevás el mate. Pero si el viaje dura una hora y media... ¿Para qué, por qué?

Yo los veía mateando y haciendo equilibrio con el agua caliente (no hirviendo) con el vaivén del tren y me preguntaba qué clase de problema mental tenían.

Hasta que lo entendí: ellos están APROVECHANDO esa hora y media, cosa que yo no hago. Ellos van, hacen algo que les gusta, y esa hora y media no se pierde.
Así que traté de emularlos, y conseguí una Palm para escribir cosas de mi blog (y de mi próxima novela!) en el viaje.
Pero, ¿por qué dejarlo ahí? Si yo veía a las minas que se maquillan, depilan las cejas y pintan las uñas arriba de los medios de transporte.
Así que le dí para adeltante y empecé a cortarme la uñas de los pies en el colectivo. Cuando termino -así como hacen los que necesitan tirar la yerba usada- abro la ventanilla y dejo que mis uñas vuelen libres al viento.
Pero no me detuve: empecé también a afeitarme las axilas. Y ya sé lo que me van a decir: "no te afeites, que después te crece más grueso", y ya sé y tienen razón. Pasa que el tren no tiene enchufes para conectar mi maquinita calienta-cera. Voy a seguir afeitándome hasta que consiga un brasero.

Y ya que estamos, me llevo una palangana de agua caliente (no hirviendo) para meter las patas.
Pero ¿por qué detenerme?, también podría llevar un trapito y jabón así me lavo los sobacos con el agua de la palangana antes de entrar al trabajo.
O puedo directamente pasarme el trapito por todo el cuerpo y así ya no me tengo que bañar. Pero en ese caso debería llevar una esponja y un shampoo. Y un tacho más grande, así me meto adentro. Tipo un barril o algo así. Y escribo desde la bañera arriba del tren, como una diva.

Así que debería llevar una copa de champagne también (las divas siempre están tomando champagne). Y cuando termino de bañarme, salgo y me embadurno en crema, me pongo una bata, una toalla enredada en el pelo y bailo al ritmo de "born this way"... Pasa que es incómodo escuchar con auriculares en bata de baño... bueno, voy a ver de comprarme unas parlantes para el celular (como los que tienen los cumbieros) y así la pongo a todo volumen. Y después me visto. Agarro un caño y una cortina de baño y la trabo con alambre de fardo alrededor de mi asiento así nadie me ve. Y cuando abro la cortina estoy con un vestido negro largo y un collar de perlas mientras fumo un cigarrillo con una boquilla muy larga.

Ah, no... pero yo no fumo.

No, entonces mejor no hago nada de eso. Si no fumo con una boquilla al final de la obra, no tiene sentido.