23/11/10

Placeres

Capital es un lugar que altera. Más a una tranquila pueblerina como yo. Tantas idas, venidas, puteadas y desechos de perro, logran que hasta Ghandi recurra a la violencia.

Cuando estoy alterada, o deprimida por el ambiente y tengo tiempo para gastar, me gusta ir al correo.
Llego, veo a todos deprimidos, saco número, lo miro; es el 107 y van por el 23. Me quedo parada observando a la gente, escuchando música o meditando.
Una persona se levanta, me acerco al asiento... pero alguien lo toma antes de que pueda llegar. Pasan 20 minutos. Logro sentarme. Una vieja a los gritos, indica que el sistema de correo es una "ver-güenza!". Se arma revuelo, pero al rato todo vuelve a la normalidad.
Una hora...
Hora y media...
Dos horas
Van por el número 100.

En este momento empiezo a mirar la puerta. Veo a una persona que entra, saca número y al ver por el número en que van, pone una tremenda cara de decepción y se acerca, abatido, hacia un lugar más cómodo donde esperar. Ahí sé que es hora de comenzar.
El tipo, con la cabeza gacha, espera resignado su turno. Me acerco, y cuando van por el 106, le entrego mi número 107 y me alejo hacia la puerta.
El hombre se ilumina y empieza a soltar agradecimientos a granel. No, a Granel no, a Mechicabota. Me agradece como si yo fuera un ángel, envuelto en un aura de misterio. Me alejo escuchando sus agradecimientos infinitos. Antes de cruzar la puerta, lo miro con una sonrisa y le digo "de nada", mientras me alejo misteriosamente, como el ángel que parezco.
Luego, éste ángel viaja de vuelta a casa en el Sarmiento con un idiota que escucha reguetón a todo volumen con su celular, y un bebé llororso con las manos llenas de migas de galletitas que se esfuerza por tratar de tocar mi cabello.
Nada que el recuerdo de el maravilloso recital de Paul McCartney no pueda arreglar.

3/11/10

Discriminación capitaliense

Por esas cuestiones de la vida, se me han roto todos los zapatos que tenía (es decir... los dos únicos pares que tenía).
Yo siempre compré los zapatos en Moreno, de la marca más barata posible. Es que cuando Dios me creó, se olvidó de ponerme el gen femenino que ama los zapatos, y de hecho, hasta los odio.
Me han recomendado comprarme zapatos más caros, ya que es probable que me duren más. "OK" pensé "en lugar de comprarme 4 pares por año baratos, compro uno caro, me sale la misma guita y quedo piolín piolita".
En Capital, decidí recorrer las tiendas para encontrar un par de zapatos algo caros que me duraran un par de años. Fui a una tienda que tenía zapatos que más o menos zafaban, para mi gusto. Leo los cartelitos "talles 36 a 39".
Voy a otra que tampoco era la gran cosa, pero me quedé chusmeando. "Hasta talla 39".

Ví unos zapatos en otra tienda que sí me gustaron. Eran negros, algo brillantes, sin taco y con el forro color violeta (¡amo la combinación negro-violeta!).
"Hola, quería ver esos zapatos..." pero la respuesta fue la misma; "hasta 39".
Discriminación capitaliense... ¡en moreno llegan hasta 40!

Algo que deben saber, mis amigos lectores, es que soy una mujer de 1 metro 76 centímetros. Sí, soy una mujer alta. Mis patas, como se imaginarán, son proporcionales a mi altura.
En otras palabras; duermo parada.

Yo y mis tristes 40 de patas hemos transitado este camino desde hace 10 años, cuando en mi cumpleaños número 13 me ví obligada a cambiar la talla de zapatos 3 veces hasta darme cuenta que 40 era mi número nuevo. Desde entonces uso 40, y no porque las patas no me hayan crecido más, sino porque me mutilo los pies para que no crezcan. Mi dedo gordo está chanfleado y se me parte la uña horizontalmente, la punta es bien blanca, tiene un callo que lo abarca casi por completo y tengo muy poca sensibilidad en él. Excepto esos días en los que mis patas pretenden seguir ocupando espacio, y luchan por crecer mientras a mí se me pianta un lagrimón por dolor que me causan, pero sin sacarme las zapatillas porque sé que no puedo permitir que sigan creciendo.

¿Y por qué esta mutilación? Porque 40 es el último talle en zapatos de mujeres. Si calzara 41, ya no podría comprar nada que no sean zapatillas de hombre. Podría quizás, como me han sugerido, comprar en tiendas para travestis. Pero... ¿vieron las plataformas que tienen esos zapatos? ¡No quisiera medir dos metros!
Además, y sin tener nada en contra de las travestis, me sentiría algo humillada... relegada del universo femenino ¡sólo por el hecho de ser alta!
Mandarlos a hacer cuesta de $500 para arriba, y además se me terminaría esa experiencia de ir, ver algo que me gusta, comprarlo e irme a casa. Se transformaría en: ir al lugar en el que hacen por encargo, elegir uno de los modelos de ahí, medirme las patas, ir a casa, esperar unos días, volver a buscarlos, probarlos e ir a casa.

¿Saben cuántas mujeres conozco que calzan 40? Así, al vuelo y sin pensar mucho, pienso en 6 chicas, algunas amigas (¡hola Karen!) y otras conocidas.
Están con esto de la ley del talle, en Argentina, porque las chicas más gorditas no consiguen ropa en cualquier local (¡y chicas no tan gorditas, también! Yo que soy delgada muchas veces no encuentro ropa para mí porque todos los talles son 0!). Pero nadie le da bola a las patonas como Karen y yo. ¿Para cuándo la ley del talle en zapatos?
¿Sabían que a principios del siglo 20, la mujer promedio calzaba 34? En los 40, subió a 35... y en los 60 a 38. En los 80, llegaron a los 39... y ahora ¡el promedio está en 40! ¿Entonces? ¿Nuestros zapatos dónde están? ¿¿¿DONDE ESTÁN, DECIME DÓNDE???
¡¡¡Odio a las zapaterías, odio a la discriminación social, voy a quemar sus malditos zapatitos 36 que ya nadie debe comprar!!!!

Sé que no tiene nada que ver con Capital ni con que yo soy una pueblerina ni con el Sarmiento. Es que estoy indignadaaaaa!!!

Decí que el próximo Jueves lo voy a ver a Paul McCartney en River, que si no...