23/2/10

La posta

Los capitalienses tienen la posta. Ellos siempre saben a dónde ir y qué decir.
Cuando un pueblerino llega a Capital, nota que todo capitaliense camina seguro y hace todo sin preguntar dónde.
Es como si los capitalienses hubieran nacido sabiendo cómo se usa la tarjeta Monedero.
Otra clave es su sabio egoísmo. Un capitaliense se sale con la suya majestuosamente.
Por ejemplo, si en el colectivo alguien le pide a un capitaliense que le dé el asiento a alguien, el capitaliense dirá "no, usted debe reclamar su derecho y exigir uno de los cuatro asientos reservados para personas con movilidad reducida. Es su derecho y su obligación exigir que se cumpla". Dicho esto, dirije su mirada hacia la ventana y en un instante vuelve a fingir que está durmiendo.
Como pueblerina no puedo menos que asombrarme y admirar al capitaliense.
Luego de levantarme a las 5 de la mañana, de viajar como ganado hasta el trabajo, de volver del trabajo y empaparme con la lluvia fría y de subir al tren con aire acondicionado prendido (porque aunque hagan 3 grados bajo cero, el aire acondicionado está prendido), me siento y comienzo a dormirme. Una mina me despierta y me dice "¿no le das el asiento a la chica que tiene un bebé?". No sólo ese asiento no le correspondía, sino que además los asientos reservados estaban a dos filas de distacia (y todo esto sin contar que al lado mío, del lado del pasillo, estaba sentado un hombre).
Yo siento todo el discurso capitaliense que se me sube a la garganta... pero como una pueblerina que soy, agacho la cabeza, me levanto y viajo parada.

18/2/10

Capitalienses en clima llueviense

Los capitalienses tienen una manera extraña de comportarse durante los días de lluvia.
Estando en verano, todos los capitalienses se juntan a quejarse de lo horrible que está el día, de la porquería de calor, de que parece que vivimos en un sauna. Alguien siempre acota "ojalá que llueva mucho y que baje la temperatura". "Sí, sí... eso!" contestan los demás capitalienses.
La tan esperada lluvia llega y todos los capitalienses se aterrorizan y no quieren mojarse ni la suela de los zapatos.
Los capitalienses harían cualquier cosa con tal de evitar mojarse cualquier parte de su cuerpo o ropa.
Ellos jamás disfrutan la maravillosa sensación de empaparse el la dulce lluvia de verano.

"Bueno, pero tienen que ir a trabajar" dice una señora pueblerina con mucha razón. "No pueden llegar mojados al trabajo".

Una solución lógica sería usar pilotos o camperas impermeables para evitar ser mojado, pero no obstruir el paso de los demás con un paraguas (considerando la cantidad de gente que camina por las veredas).

Pero no. Lo que hacen los capitalienses es abrir sus exagerados paraguas, y caminar todos juntos por la vereda tratando de no chocar paragua con paragua o paragua con ojo. Los señores altos levantan los paraguas los más alto que pueden y las señoras petisas se pegan el paraguas a la cabeza. Es una gran incomodidad en la cual ni siquiera los paraguas salen ilesos. Se ve entre todos los paraguas, alguno que ha vivido muchas tempestades y se sostiene precariamente en uno de sus restantes ganchos.
Nunca falta aquel señor capitaliense que, a causa de la demencia lluviense, sale corriendo por la calle con un cacho de papel en la cabeza, como si con eso evitara mojarse.

El capitaliense promedio que se encuentra bajo la lluvia sin paraguas usará cualquier cosa en su cabeza para sentir que está haciendo algo por protejerse del aguacero . Eso incluye: diarios, revistas, maletines, piedras, e incluso cartoneros.

Otra observación que pude hacer desde mis aún pueblerinos ojos, es que casi todas las veredas tienen algún tipo de techo o toldo. Pero igualmente los capitalienses usan sus paraguas bajo techo.
No sólo eso: cuando termina de llover, los capitalienses siguen usando sus paraguas durante al menos una hora.

Yo, aún no contagiada por el comportamiento capitaliense, todavía disfruto la hermosa sensación de ser mojada por la lluvia. Pequeñas cosas que espero no perder nunca.

17/2/10

Los que entran derecho al infierno

Odio a los que venden CDs en el tren.
Esos tipos desquiciados sociales que se suben a los vagones y ponen música de sus CDs que tienen temas como "lo mejor de la putrefacción", "alegres melodías para reventar neuronas" y reflejos vomitivos de la sociedad".
Encima se toman el atrevimiento de pedir disculpas mientras pasan esta mal llamada "música". No, no te perdono. Es como si te perdonara mientras me disparás en las piernas.
Si yo fuese presidenta, haría una ley contra estos sujetos que los castigue de manera muy severa. No digo matarlos, porque sería mucho. Pero mínimo cortarles un brazo; así no podrían sostener el grabador y darle al "play" a la vez.
Además, como bien me han señalado, no venderían nada, sino que pedirían dinero por ser mancos.

12/2/10

Como saber si usted se está convirtiendo en un capitaliense

He aquí las maneras de saber si usted se está convirtiendo en un *capitaliense

  1. Para expresar que algo lo shockeó, usted no dice "y me shockeó", dice "y fue como que... nada, como que waaa!".
  2. Sabe reconocer quién es novato en el subte.
  3. Usa palabras en inglés mezcladas con su castellano nativo: "el otro day iba walking por la street y me encontré con un friend".
  4. Corre siempre a todos lados, aunque no tenga prisa por llegar a ningún lado, o esté llegando muy temprano.
  5. Es usted fumador pasivo, aunque ninguno de sus conocidos fuma.
  6. Masca 4 veces antes de tragar la comida, para hacer más rápido.
  7. En una frase corta, dice 10 veces la palabra "nada".
  8. Su ropa vieja tiene menos de 2 años.
  9. Cuando va por la 9 de Julio, usted no mira el obelisco por nada del mundo.
  10. Pronuncia la marca "Bayer" así: "Baier".

*Si bien la persona de Capital es llamada "porteña", en este blog usaré la más familiar palabra "capitaliense"

11/2/10

El Sarmiento

Claro, para viajar a Capital todos los días, es inevitable para mí usar el tren línea Sarmiento todos los malditos días. Y es que los días se convierten en malditos desde el momento en que tenés que subirte al tren.
Pudiste haber encontrado un millón de dólares tirados en la calle, pero luego vas al tren y el día se vuelve a convertir en un maldito día.

Claro que si te encontrás un millón de dólares, viajás de otra manera... pero eso es para hablarlo aparte.

El tren, ya en estado deplorable, se descompone lentamente por la putrefacción de los cadáveres "códigos de convivencia", tales como "no manosearás mujeres sin el consentimiento de ellas", "dejarás el asiento a personas con movilidad reducida", "tendrás respeto por el otro". El respeto se pierde completamente. Todos se empujan y sólo existe el "yo". La cumbia o regaetton de los inadaptados sociales que tienen la necesidad de demostrarle a todo mundo qué hacen para pudrirse el cerebro resuena como parte del triste paisaje.
La señora paqueta con olor a perfume de naftalina se queja por el viaje, pero nadie la escucha. El pibe sentado a tu lado se duerme y apoya su cabeza en tu hombro y te preguntás "Si así huele cuando va a trabajar... ¿cómo olerá cuando vuelva del trabajo?"
Triste, triste paisaje.

Primera entrada

Hola. Mi nombre es Mechicabota Morrison. Vivo en Moreno, Buenos Aires, pero gracias a un nuevo empleo a cuatro cuadras del obelisco me encuentro en la inevitable situación de viajar a Capital todos los días.
Es increíble las diferencias que encuentro día a día entre los porteños y los pueblerinos como yo.

Este blog será una gran manera de liberar estrés, además.