27/4/12

(Paréntesis)

Bueno, es hora de hacer otro paréntesis en el blog.
Es que sigo recibiendo mails y comentarios preguntándome como estoy por lo del accidente, si viajo en tren, cómo me siento, etc.
Así que, si bien se sale un poco de lo que suelo escribir normalmente, me voy a tomar un respiro y contarles seriamente como ando, porque siento que se los debo.

Las semanas siguientes al accidente fue todo bastante difícil. La primera vez que volví a Once después de lo que pasó, tuve un ataque de pánico en la estación al ver que el tren aún seguía ahí. No me lo esperaba.
Me ayudaron dos policías.
Y todo siguió así. Ataques de pánico porque sí en la calle, en mi casa, en el trabajo. La pasé bastante mal. Por ahí estaba en el colectivo y de golpe sentía que el corazón me pinchaba... y me daba cuenta de que estaba pensando en el tren, en el accidente, en los muertos, y eso me causaba ese dolor.
Estuve haciendo terapia, pero sentía que no sabía por donde trabajar para sacar el sufrimiento.

Hace unas semanas, estaba haciendo zapping en la tele. Y paso por un canal de noticias en el que decían que iban a hacer un santuario por las víctimas en los molinetes de Once. Y volví a sentir esa horrenda sensación de muerte inminente, mi ataque de pánico fue tan fuerte que se me reventaba el estómago del dolor, vomité y tuve que llamar al médico quien me dió un par de días de licencia en el laburo.

El día que tuve que volver a Once después de eso, fue bastante duro también.
Sabía que tenía que pasar por el santuario para enfrentar de una vez por todas lo que me estaba pasando.
Bajé del tren y ví que en los molinetes había un pequeño cementerio con corazones de madera en lugar de lápidas. Y me acerqué, aunque no quería. Me tuve que esforzar para dar cada paso hacia ese lugar.
Cuando estuve cerca, me puse a llorar mirando los corazones con los nombres de las víctimas, las cartas, las fotos, las flores.
Me pareció todo tan injusto.

Pero algo cambió. Antes sentía que una nube negra me envolvía y me obligaba a llorar. Ahora sentía que YO era la que estaba llorando.
En un momento me sentí débil y me senté en el suelo. Miraba las fotos, y pensaba en la injusticia, en la arbitrariedad, y en el "¿qué hubiese pasado si mi foto estuviera colgada ahí también?".
Y ahí no sé qué pasó, pero cambió todo. Fue como si me hubiese visto desde afuera, sentada al lado de los muertos. Y yo no estaba muerta, ¿por qué estaba sentada ahí? Ese lugar no me corresponde, yo no pertenezco a ellos. Sentí un tremendo abismo entre ellos y yo. No sé como explicarlo. Me ví viva. Los ví muertos. Entendí que no me pasó nada. No es que yo no supiera que no estaba muerta, pero es como si mi alma no lo entendiera. Y ahí lo entendió.
Y sentí la injusticia, y la tristeza y todo, pero no la sentí en carne propia. No sé si me estoy explicando, fue una sensación rara.
Estuve ahí y hoy estoy acá. Y tengo tanto por que vivir.

Entonces me levanté, y tiré mi pañuelo lleno de lágrimas al tacho de basura. Y ahí tiré el problema.
Todavía me duele lo que pasó, pero ya no me lastima como antes.

Mi terapeuta dice que cuando el día del accidente me fui a trabajar, se fue mi cuerpo. Pero mi alma aún estaba en el andén 2 de la estación.
Y ese día me senté allí, y no me fui hasta que la recuperé.
Ahora la pregunta de "¿y qué hubiese pasado si..:?" tiene una respuesta: "no pasó". "Bueno, pero y si...?" "'Pero y si' nada, no pasó".

Así que hoy sí puedo decir con toda certeza: Estoy bien, gracias por preguntar.



PD: A todo esto, mientras estaba sentada en el andén llorando, se acerca una señora y me dice "vos debés ser familiar, ¿no?" "No" le digo "yo iba en ese tren". La vieja abrió enormemente los ojos y se fue.
Unas horas después me mataba de la risa pensando en el episodio, ¿habrá pensado que era un fantasma?

20/4/12

Los que corren

Si hay algo imposible de perderse en la Ciudad, eso es "Los que corren".
Siempre, pero siempre hay alguien corriendo en algún punto de la Ciudad. Y no por placer, no. Generalmente es para alcanzar un colectivo.
Parecerán todos iguales: cara de desesperación, lengua afuera, ojos fijos en el objetivo. Pero entre todos puedo distinguir a estos:

  • La señora que corre despacito, casi trotando, apenas levantando los pies. Con sus puñitos para arriba y los codos pegados a las costillas.
  • El pibe-gacela que en un momento mientras corre no toca el suelo con ninguno de sus dos pies, y sólo se sabe que está corriendo porque vemos una sombra pasar rápido y sentimos un vientito que desaparece pronto.
  • El señor de traje que corre sin separar sus rodillas ni mover su maletín un segundo, y cada tanto se acomoda la corbata que vuela en dirección opuesta a él anhelando su libertad.
  • El cincuentón de clase baja que pone los brazos como le enseñaron en Fútbol a los 11 años y trota con cara de preocupación y emana un olor a chivo que destruye los árboles a su paso.
  • La chica que alza su puño izquierdo mientras que su mano derecha sostiene su cartera y corre sin levantar las rodillas, con sus tacos que hacen "clank, clank, clank, clank" y sus miles de pulseras que entonan una serenata de metales.
  • La señora que amaga a correr, pero se detiene porque no cree alcanzarlo, que luego se arrepiente y vuelve a amagar que corre pero se arrepiente, que ve que el colectivo le paró a una chica entonces amaga a correr pero al final se arrepiente.
  • El pibe que empieza a correr demasiado tarde y el colectivo lo abandona, entonces se puede leer en sus labios un "CHA T'MADRE!!!"
  • El que empieza a correr desde muy lejos y sabemos que probablemente no llegue y lo alentamos secretamente, aunque más secretamente aún, deseamos que no lo alcance para poder ver cómo es su cara de resignación.
  • El tipo que corre pero tiene miedo de perder su dignidad, entonces hace un pseudo-trote muy lento mientras se balancea de izquierda a derecha, dando la sensación de una corrida renga.
  • La idiota que corre desesperada escupiendo sus pulmones por la vereda, llega al colectivo, paga mientras suda la milanesa que se comió ayer, sus recuerdos y esperanzas, y se sienta empapando el asiento mientras trata de recuperar el aliento que perdió en esa media cuadra que corrió, sólo para darse cuenta de que al colectivo le toma 15 o 20 minutos salir y que haber corrido tenía menos sentido que correr el test de Cooper en la secundaria.
Yo ya no corro más. Siento que cuando corro me traiciono a mí misma. Yo camino, miro los árboles, escucho a los Beatles y puteo a los motociclistas.